Bueno, prosigamos...
En la entrada anterior se explicó cómo se fabricaban los astiles de los virotes, pero omití el proceso de las puntas de los mismos porque ya me estaba enrollando más de la cuenta y, además, era la hora de la sacrosanta merienda, cosa que no perdono ni aunque los malvados negros del miramamolín estén aporreando la puerta de mi castillo. Así pues, procederemos a dar cuenta del proceso de elaboración de estas malignas puntas por si a alguno le da por meterse a herrero de circunstancias. No son complicados de fabricar si bien, como es lógico, siempre es mejor recurrir a alguien avezado en el noble arte de la fragua.
A la derecha tenemos los pasos básicos para culminar un fermoso virote que dejaría seco al cuñado más contumaz. En primer lugar había que fabricar una barra de hierro como la que vemos en A, cuadrada o cilíndrica, de donde se parte para dar forma a la punta, sea de tipo que sea. A continuación se martilleaba uno de los extremos tal como vemos en B y C hasta darle forma triangular para, posteriormente y según se aprecia en D, enrollarla a modo de cono. Por último, en E tenemos el método para moldear el cubo de enmangue: basta disponer de un pequeño tas cónico para obtener la forma correcta, solapando ambas partes hasta lograr el diámetro adecuado. Con eso, en teoría, quedaría terminado el cubo de enmangue salvo que el herrero optara por soldar las dos solapas mediante caldeo a fin de darle más solidez si bien, como ya comenté en la entrada anterior, los virotes destinados a uso militar tenían un acabado muy básico, por lo que bastaba solo con que el cubo se adaptara al diámetro del astil. Ojo, que en el caso de tratarse de una punta con pedúnculo bastaría entonces con martillear la barra inicial para afinar uno de sus extremos y darle forma cruadrangular puntiaguda para introducirlo en el astil. Para obtener el resto de la punta se seguiría el mismo proceso que hemos explicado.
Pasador ya terminado en el que se aprecian las dos solapas superpuestas. En este caso no han sido soldadas. |
A continuación se daba forma a la punta en sí para obtener un cuadrillo, un pasador o cualquiera de las tipologías comentadas anteriormente. Finalmente se daba un golpe de lima para afinar un poco el acabado, se afilaban si procedía, como en el caso de barbadas o crecientes, y se templaban. Podemos dar por sentado que los herreros de la época debían forjar puntas a una velocidad pasmosa ya que, como se ha comentado más de una vez, la dotación de virotes de cualquier mesnada, guarnición o hueste era de miles de unidades. Así pues, una vez terminados se procedía a su almacenamiento en cofres o barriles, manteniéndolos se parados de los astiles hasta que llegase el momento de usarlos.
Cuando eran distribuidos entre las tropas, los ballesteros los transportaban en unas aljabas totalmente distintas a las usadas por los arqueros. Como vemos en las fotos de la derecha, eran una especie de estuches que iban colgados del cinturón en el costado derecho. Como dato genérico, estas aljabas solían tener forma de campana ya que, contrariamente a lo que se suele ver, los virotes se metían en las mismas con las puntas hacia arriba, por lo que había que dejar más espacio en la parte inferior para los estabilizadores. Según vemos en el ejemplar de la izquierda, podían ir provistos de una tapa para preservar los virotes de las inclemencias del tiempo. El reborde que se ve en la boca de la aljaba era donde se encajaba la tapa que aparece al lado. Las aljabas para virotes se fabricaban de madera o cuero, y en el primer caso podían ir forradas de piel- con o sin pelo como el de la foto de al lado-, tela de diversos materiales o simplemente pintados.
Lo de las puntas hacia arriba, aunque parezca una chorrada, no lo es ya que hacerlo al revés restaría mucha capacidad a la aljaba. Por otro lado, es frecuente ver a muchos ciudadanos recreacionistas que cometen ese error, pero basta observar que en las representaciones gráficas de la época se nos muestran como hemos dicho: las puntas, hacia arriba. En la foto de la izquierda dejo dos ejemplos. La foto grande muestra una talla de finales del siglo XV en la que, según podemos ver, el ballestero lleva su aljaba de la forma explicada, mientras que en el detalle vemos lo mismo pero en un relieve en piedra.
Por último, y a modo de curiosidad, era bastante habitual que los ballesteros sujetaran el virote con los dientes mientras cargaban sus armas. De hecho, es frecuente ver este detalle en pinturas de diversas épocas tal como podemos comprobar en los dos ejemplos de la derecha. El por qué hacían esto no creo que entrañe mucha enjundia: era la forma de armar el virote en la ballesta con la máxima premura. Alguno dirá que se tarda el mismo tiempo en cargar y extraer el virote de la aljaba que en sacarlo, ponerlo en la boca y cargar, pero colijo que si lo hacían de este modo es porque así podrían arañar unos segundos que, en plena batalla podrían resultar vitales.
En fin, con esto concluyo por hoy. Es el día de los Santos Muertos y tal y, aunque paso de ir a sacar brillo a la fosa donde reposan mis ancestros, debe ser pecado dar el callo más de la cuenta. Y si no lo es pues me da una higa porque la verdad es que paso de escribir más, qué carajo.
Ya seguiremos.
Hale, he dicho
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