Llave tipo Le Bourgeoys fabricada en Londres hacia 1820 por Tatham e hijos. |
A lo largo de tropocientas entradas hemos mencionado las llaves de chispa así como sus diversas partes- rastrillo, batería o fogón, mordaza, etc.-, sin habernos detenido en concretar como funcionaban. Cierto es que es un sistema de ignición tan visto en el cine que cualquiera sabe más o menos de qué va la cosa, pero como también es posible que también haya muchos que, aunque las conozcan, no tengan ni idea de su origen y su funcionamiento, pues colijo que no estaría de más detenernos a estudiarlas un poco más a fondo. Además, al hilo de la entrada anterior sobre los primeros francotiradores, creo que antes de proseguir con ese tema no está de más conocer un poco más a fondo los entresijos de estas llaves ya que estuvieron vigentes hasta, aproximadamente, mediados del siglo XIX. Por otro lado y a modo de aclaración inicial conviene señalar un detalle importante antes de entrar a fondo en el tema que nos ocupa: cuando se habla de llaves de chispa todo el mundo suele asimilar el término a la llave inventada por el gabacho Le Bourgeoys, pero la realidad es que las primeras llaves de chispa fueron anteriores y, además, hubo otros modelos que gozaron en su momento de tanta o más aceptación que la gabacha si bien esta acabó ganando mayor popularidad. Dicho esto, vamos al grano.
Herreruelo soltando un pistoletazo en plena jeta a un enemigo. Cuando se agotaba la munición siempre podían usarse las pistolas como mazas |
Aunque no es una tema que haya transcendido demasiado, las llaves de chispa surgieron a causa de los problemas para recargar que tenían los reitres y herreruelos para recargar sus pistolas. Como ya se ha mencionado en varias ocasiones, las llaves de rueda fueron precisamente la solución que se les presentó para sustituir las aún más engorrosas llaves de mecha, prácticamente imposibles de manipular montado en un caballo y en plena acción. Cebar, encender la mecha y colocarla en el serpentín era misión imposible en plena carga, así que había que idear algo que, al menos, permitiera llevar las armas cargadas y a punto para abrir fuego sin necesidad de otra cosa que no fuera desenfundarla y apretar el gatillo. Pero la llave de rueda raramente permitía recargar el arma en acción precisamente por su complicada manipulación para un hombre a caballo, así que los cerebros pensantes de la época empezaron a devanar sus magines para asacar algo que no solo facilitara la recarga, sino incluso que permitiera manejar las armas de fuego en condiciones meteorológicas adversas- léase tiempo húmedo- sin verse en el grave dilema de que el arma no disparaba por tener la pólvora mojada.
Porque el clima, aunque por lo general se suele obviar cuando se tratan estos temas, tenía una importancia crucial. ¿Qué pasaba cuándo llovía? ¿De qué forma se disparaba un arma provista de una llave de mecha cuando caían chuzos? Pues era complicadillo ya que, aunque el arma podía estar previamente cebada y, con la protección adecuada, mantener la pólvora seca, cuando se abría la batería para disparar daba tiempo de sobra para que esta se mojase, imposibilitando por completo abrir fuego. Así pues, hacía falta un mecanismo que no solo permitiera tener el arma a punto en todo momento, sino que además preservara el cebado aunque el tiempo no fuese el más adecuado para salir al campo a batallar. Otro inconveniente añadido era el hecho de que por las noches las mechas eran obviamente muy visibles, delatando la presencia de los centinelas o los hombres que formaban parte de una encamisada y se infiltraban en las líneas enemigas para escabechar herejes y enviarlos al infierno reservado a los luteranos.
Pero, como hemos dicho, la llave de rueda no acabó de solucionar el problema. Aunque eliminaba los inconvenientes de la mecha, el cebado era susceptible de estropearse en determinadas circunstancias y, sobre todo, su sistema de carga no era precisamente el más adecuado para un hombre a caballo, como ya se ha dicho en varias ocasiones. En las fotos vemos dos tipos de llave usadas para tensar el muelle que hacía girar el frictor y que, como podemos imaginar, eran asaz complicadas de manipular cuando uno se veía encaramado en un penco asustado por el fragor de la batalla, con decenas de afiladas moharras de las picas enemigas delante del careto y una manga de arcabuceros calando las cuerdas para enviarlo a hacer puñetas al otro mundo con el pecho lleno de boquetes. De ahí, como ya se explicó en su momento, que la caballería se viera obligaba a portar varias pistolas, seis en algunos casos, para poder efectuar varios disparos mientras tenía lugar la caracola para, finalmente, meter mano a la espada si la ocasión era propicia y la carga había aligerado de personal el cuadro enemigo de forma que se pudiera intentar rematar la faena dispersándolos a estocadas.
Arcabuz de rueda procedente de la armería del emperador Leopoldo I. El arma está datada hacia finales del siglo XVII |
Bien, esas eran grosso modo las causas que llevaron a crear la llave de chispa, cuyo origen en más remoto de lo que se suele pensar. De hecho, la mayoría da por sentado que se trata de un invento surgido durante el siglo XVIII, pero la realidad es que debemos remontarnos al último cuarto del XVI para tener las referencias más antiguas acerca de este mecanismo. No obstante, las llaves de rueda no desaparecieron por completo. Antes al contrario, muchos armeros, especialmente centroeuropeos, siguieron fabricando armas provistas de este mecanismo destinadas a la caza. Hablamos de lujosos ejemplares que solo estaban al alcance de unos pocos privilegiados con los medios económicos para pagarlas , o sea, los monarcas y la nobleza.
Pistola con llave snaphance |
Pero para que los monarcas pudieran seguir costeando las guerras que les permitían mantener sus reinos con los suficientes habitantes como para cobrarles impuestos con que adquirir buenas armas para el noble ejercicio de la caza hacía falta un mecanismo más eficiente que las engorrosas llaves de rueda. Así surgió a mediados del siglo XVI la llave de chispa. No se sabe con exactitud la fecha exacta, ni siquiera quién fue el inventor. Las referencias más antiguas se remontan al año 1570, lo que no quiere decir que se creasen ese año, sino que la cosa bien podría venir de un poco antes. Y a falta del nombre del que la ideó, al menos es posible situarlas en el mapa gracias al nombre con que han llegado a nuestros días: snaphance. Este palabro de origen holandés no implica que fuese originaria de ese país ya que muchos estudiosos señalan los estados alemanes pero, en todo caso, es casi seguro que surgieron en algún taller de los dominios del glorioso césar Carlos.
Al parecer, snaphance es un término compuesto que vendía a hacer referencia al picoteo de un gallo por su similitud a la caída de la patilla sobre el rastrillo, algo así como el gallo que te pilla y te endilga un picotazo fastuoso. La cosa es que, picotazos de gallináceas aparte, esta llave tenía una pieza que era donde estaba la clave que permitía usar el arma en cualquier circunstancia sin verse delatado por el tenue fulgor de una mecha o tirado ante el enemigo porque la pólvora se había mojado con el relente matinal. La pieza en cuestión es la que señala la flecha. Se trata de una tapa deslizable que permite cubrir la pólvora tras el cebado y preservarla en el fogón sin mojarse o sin que se derrame. Cuando se aprieta el gatillo, la piedra golpeará el rastrillo el cual, aprovechando su movimiento hacia adelante, deslizará dicha tapa permitiendo que las chispas alcancen el cebo y produciéndose el disparo. En la imagen inferior vemos la llave con la tapa abierta, dejando claro cual sería el proceso.
Pero si alguno no lo ve claro echemos un vistazo el gráfico de la derecha. La figura A nos muestra la llave en posición de disparo. Está amartillada, el fogón ha sido cebado y cubierto por la tapa, y el rastrillo está abatido. La figura B presenta el momento en que la piedra, tras golpear el rastrillo y abrirse la tapa, prende el cebo que, al inflamarse, prenderá la carga a través del oído del cañón y se producirá el disparo. La pieza transparentada no es más que la parte externa del fogón, la cual hemos rebajado en opacidad para que se vea el proceso claramente. Sin embargo, la snaphance tenía un grave defecto en origen que fue el causante de no pocos accidentes graves. Dicho defecto consistía en que, una vez cebado el fogón, el arma quedaba amartillada y lista para abrir fuego, lo que podía ocurrir de forma inopinada en cualquier momento a causa de un golpe, una mala manipulación o, simplemente, porque casualmente acariciamos el gatillo justo en el instante en que nuestro cuñado más gorrón se dirigía a nosotros para darnos el enésimo sablazo. Resulta que el genial invento carecía de cualquier tipo de mecanismo de seguro, así que se produjeron infinidad de disparos accidentales con consecuencias de todo tipo antes de que se dieran cuenta de que, o arreglaban aquello, o las snaphance acabarían ganando las batallas por el enemigo. No obstante, que nadie piense que este tipo de mecanismo pasó a la historia en poco tiempo ya que permaneció en activo hasta mediados del siglo XVII. Debemos tener en cuenta que la sustitución de las antiguas armas de mecha no se llevaba a cabo con la celeridad con que actualmente se introduce un modelo nuevo de arma. No obstante y como prueba de longevidad, la snaphance era la llave que montaban las espingardas marroquíes hasta prácticamente nuestros días
Pistola con llave de patilla |
Pero mientras que los probos ciudadanos centroeuropeos se pegaban tiros sin querer unos a otros, en España había surgido muy poco tiempo después una llave en la que el problema de la snaphance era inexistente. Hablamos de la conocida como llave española o de patilla, también denominada de miguelete si bien este término no fue propalado por los españoles sino por los british (Dios maldiga a Nelson) cuando vinieron a España a ayudar a derrotar a las hordas de violadores de monjas, de profanadores de iglesias y de saqueadores de tumbas del enano corso y, de paso, a volarnos mogollón de fortificaciones que podrían chinchar a los portugueses, sus aliados naturales, y a su colonia de gibraltareña con la excusa de que podrían ser usadas por los gabachos. Lo de miguelete proviene de un tipo de milicia creada en 1640 que usaban armas provistas de este tipo de llave, concretamente el mosquete modelo 1789. Estas tropas fueron agregadas al ejército de Wellington, lo que hizo que el nombre de esta milicia sirviera para designar el tipo de llave de sus armas.
Llave española o de patilla |
La llave de patilla surgió hacia 1580 aproximadamente. Se suele atribuir la idea a Simón Marcuarte, también conocido como Simón de Hoces el Viejo (su marca de fábrica eran dos hoces), que fue arcabucero real durante los reinados de Felipe II y Felipe III. En sí, el concepto de la llave española era similar al de la snaphance, pero con tres diferencias notables, a saber: el fogón no lo cubría una tapa deslizable accionada por el rastrillo, sino que ambas piezas se había unido en una sola de forma que al cebar el arma y abatir el rastrillo quedaba tapado el fogón. Por otro lado, el muelle real se encontraba en la parte externa de la llave, lo que permitiría su sustitución sin necesidad de desmontarla del arma. Por último, lo más importante: el martillo tenía en su parte inferior un saliente o patilla (de ahí su nombre) sobre el que actuaba el gatillo mediante dos uñas que emergía de dentro de la pletina con dos posiciones: la más alta que servía para amartillar el arma, y otra situada debajo para la posición de seguro. Esto permitía portar el arma cebada sin temor a volarle los sesos al sargento o, peor aún, pegarse un tiro en un pie, cosa esta que es muy desagradable y duele horrores.
Detalle del famoso retrato de Felipe IV cazador realizado por el inmortal Velázquez en 1636 en el que se aprecia la llave de patilla que monta el mosquete del monarca |
En un alarde imaginativo, el rastrillo de estas llaves tenían la cara donde golpeaba la piedra formada por una lámina de acero o hierro cementado soldada o remachada a la pieza a fin de poder ser sustituida con facilidad debido al gran desgaste que sufrían. De hecho, en muchos casos incluso la ensamblaban mediante una cola de milano para hacer aún más cómodo el proceso de recambio. La llave española era además muy sólida y fiable, por lo que se extendió por la ribera mediterránea hasta Turquía y Rusia. Así pues, como vemos, la llave española no solo se anticipó a la francesa, sino que gozó de una gran difusión durante siglos. Pero como aquí somos tontos del culo y solemos despreciar lo propio en favor de lo ajeno y, además, todo lo gabacho se puso muy de moda en Europa a raíz del comienzo de la decadencia del imperio español y la pujanza de Luis XIV, pues poco a poco fuimos dejando de lado nuestra robusta y fiable llave de patilla en favor de la ideada por Marin Le Bourgeoys.
Pero de como sigue la historia ya hablaremos en la siguiente entrada, que por hoy ya me he enrollado bastante.
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