Aspecto de una obra según la Biblia Maciejowski |
Uno de los inconvenientes que ha tenido desde siempre la piedra es que pesa una cosa mala. Un sillar de granito con unas dimensiones de 75×50×50, que vendría a ser un tamaño más o menos habitual, pesaría 525 Kg. Si fuese de piedra caliza disminuiría hasta los 450, pero aún sería enormemente pesado. Un sillar más pequeño, de por ejemplo 50×30×30, alcanzaría los 126 Kg., que tampoco es moco de pavo. Obviamente, manejar media tonelada como si tal cosa solo sería posible a ciudadanos con una fuerza física similar a la de Superman, así que ya podemos imaginar que el traslado de los sillares a la obra, su manejo en la misma y, finalmente, su colocación en un paramento que cada vez iba tomando más altura no era cosa baladí. Y la cuestión no radicaba solo en el elevado peso de estas piedras sino que, además, sus relativamente reducidas dimensiones hacían imposible manejarlas en lo alto de un andamio bastante angosto, donde no podrían desenvolverse con un mínimo de comodidad y seguridad los diez o doce hombres que, al menos, serían precisos para ello.
Empecemos por el manejo de los sillares en la cantera o la misma obra. Para acarrear las piezas más pesadas se recurría a una especie de trineo denominado barrastro, el cual podemos ver en la parte superior de la lámina de la izquierda. Como podemos apreciar, constaba de dos troncos cortados por la mitad y sobre los que se clavaban varias tablas para formar la estructura. En un extremo se clavaban sendas argollas donde se engancha el aparejo de la acémila que debía tirar del barrastro. Para impedir que el artilugio se atascara en el suelo, la parte delantera está rebajada a fin de que se deslice mejor. El que aparece en la parte inferior es aún más básico ya que está fabricado aprovechando la bifurcación de un tronco al que, igualmente, se le han colocado unas tablas para formar una plataforma. En la parte delantera lleva su correspondiente argolla para el tiro y, del mismo modo que el modelo anterior, está rebajado por la parte delantera para favorecer el deslizamiento. Para hacernos una idea, un mulo especialmente fuerte puede acarrear media tonelada en terreno llano unos 200 o 300 metros antes de mandar a paseo a su guía y plantarse agotado, así que no podría verse sometido a semejante esfuerzo durante toda una jornada, por lo que habría que recurrir al menos a dos acémilas para obtener un rendimiento adecuado.
Para sillería más liviana, cantería o incluso un colega descalabrado que había que sacar de la obra a ver si alguien lo podía curar o, simplemente, echarle el santóleo y meterlo en el hoyo a continuación, tenemos un par de útiles a la derecha. El cajón que vemos arriba es una pedrera, una angarilla fabricada con madera que se colocaba por parejas en los lomos de las acémilas, una a cada costado. Abajo tenemos unas parihuelas denominadas también civeras, y las podemos observar muy similares en la miniatura de la Biblia Maciejowski mostrada más arriba. Como vemos, estaban provistas de dos gruesas correas de cuero para ayudar a su transporte, pudiendo de ese modo acarrear entre dos hombres 100 ó 125 kilos deslomándose solo lo estrictamente necesario. Así pues, entre los barrastros mostrados arriba y los útiles de acarreo que acabamos de ver, ya podemos hacernos una idea de los medios de que disponían los constructores para llevar sillares de un lado a otro. Ojo, estos medios ya se usaban en el mundo antiguo y, de hecho, aún se usan, así que podemos afirmar que el que los diseñó no pudo hacerlo mejor.
Una vez que los sillares estaban a pie de obra comenzaban las verdaderas dificultades ya que había que colocarlos en su lugar correspondiente. Para ello se usaban grúas provistas de poleas desde tiempos de los griegos que permitían subirlos colocando la grúa en lo alto del paramento o la torre en construcción. Debemos tener en cuenta que el sillar debía permanecer suspendido y bajarlo muy poco a poco hasta colocarlo en su lugar exacto, recurriendo finalmente a palancas para ajustarlo si era preciso. Para sillería de poco peso bastaba un trípode como el que vemos a la izquierda el cual, equipado con una polea y un torno, requería el esfuerzo de un solo hombre para levantar el sillar sin problemas. Estas grúas, ligeras y manejables, eran muy usadas para trabajar en lugares reducidos de forma que las de gran tamaño subían el sillar hasta lo alto de la obra para, posteriormente, recurrir a estos trípodes para manejarlos y colocarlos en su emplazamiento definitivo.
A la derecha podemos ver una de esas grandes grúas o polipastos, con las que se podían manejar piedras de cientos de kilos. Para ejercer más fuerza solo era necesario aumentar el número de poleas y alargar los largueros que conformaban la estructura de la máquina, pudiendo de ese modo ir apilando sillares o partes de columnas desde el mismo suelo hasta lo más alto de la obra. Caso de no alcanzar la altura requerida, siempre se podían dejar en una plataforma elevada y, desde arriba, terminar de subir los sillares con una grúa como la que hemos visto en el párrafo anterior. En el detalle podemos ver como los operarios colocan un tramo de columna sustentado por cuatro sogas. Una vez ubicado correctamente había que elevar el andamio para recibir el siguiente.
Los sistemas utilizados por los griegos para sujetar los sillares podemos verlos en la lámina de la izquierda. De arriba abajo tenemos:
Sistema de suspensión mediante salientes, que dependiendo del peso del sillar podían ser varios y colocados en dos caras del mismo, como vemos en la ilustración. Una vez emplazada la piedra en su sitio se eliminaban dichos salientes.
Sistema de suspensión mediante salientes en U. Similar al anterior, pero más elaborado. Como vemos, dicho saliente tiene forma de U con una acanaladura interior, por lo que era imposible que la soga se saliera y provocara la caída del sillar. Además, su perfil redondeado no producía desgaste en la misma. Al igual que en el caso anterior, una vez colocado el sillar se eliminaban.
Sistema de elevación mediante cuñas. Este método era con diferencia el más sofisticado, sólido y seguro. Como vemos en el dibujo, en la cara superior del sillar se labraba un orificio cúbico más ancho por la base que por la boca donde se introducían en primer lugar las dos cuñas exteriores. Luego se colocaba la del centro y se unía el conjunto con un grillete. De ese modo, al tirar hacia arriba las cuñas ejercían presión contra las paredes del orificio, no pudiendo salir del mismo hasta que se extraía la pieza central. Una vez colocado no se requerían más operaciones ya que dicho orificio quedaba tapado por el sillar que iba encima.
Con todo, la máquina de elevación más usada durante la Edad Media fue la grúa de rueda, un invento romano recuperado hacia el siglo XIII aproximadamente y que permitía manejar pesos de hasta 6 Tm. con el esfuerzo de apenas dos personas metidas en la rueda en plan hamsters paranoicos. Con estas grúas se edificaron los grandes monumentos de la Europa medieval. La que vemos en la lámina de la derecha es una reconstrucción de un modelo armado sobre una estructura giratoria, lo que permitiría colocarla en lo alto de la obra y subir sin problemas los sillares para, a continuación, situarlos en su lugar de emplazamiento con toda precisión.
Para ello, va provista de un perro, una tenaza que se cerraba gracias al propio peso de la piedra. Cuando más pesaba, con más fuerza se cerraba el perro sobre los orificios que, previamente, había que practicar en dos caras paralelas del sillar para acoplar la herramienta. Estos orificios se hacían con un trépano como el que vemos a la izquierda de la lámina, formado por una barra de sección cuadrangular terminada en una barrena. Este útil era manejado por dos operarios: mientras uno golpeaba con un mazo, otro giraba el trépano con la palanca, de forma que en muy poco tiempo habían practicado un pequeño orificio de dos, tres o cuatro centímetros de profundo, lo suficiente para que las aguzadas puntas del perro lo atrapasen. A continuación se enganchaba en la grúa y se subía hasta el lugar que le correspondía. Por cierto que este sistema aún sigue vigente, si bien con pinzas de elevación más sofisticadas pero basadas en el mismo sistema de hace ya más de veinte siglos. Añado además que es habitual ver estos orificios en algunos edificios u obras fabricadas con sillares como, por ejemplo, el acueducto de Segovia, así que si alguno se preguntaba para qué puñetas eran esos agujeros, pues ya lo sabe.
Como colofón, añadir un detallito que posiblemente muchos desconozcan y que quizás hayan observado alguna vez en viejos sillares. Me refiero a los rebajes practicados para colocar las lañas, que son esas piezas en forma de H que vemos en la lámina de la derecha. Se fabricaban de hierro o, preferiblemente, de bronce para que no acusasen la corrosión, y eran empotradas en unos rebajes practicados en las aristas superiores de cada sillar con la finalidad de igualarlos a la hora de ponerlos en su lugar, sobre todo cuando eran colocados a hueso, o sea, sin mortero. De ese modo, se lograba formar un conjunto mucho más compacto. Otro método consistía en labrar unos rebajes en la misma posición, pero con forma de trapecio. Una vez colocados dos sillares, se vertía plomo fundido en el hueco formado entre ambos, logrando de ese modo una unión similar a la obtenida con las lañas.
Bueno, ya está.
Hale, he dicho
No hay comentarios:
Publicar un comentario