viernes, 16 de septiembre de 2016

Tormentaria: arietes 2ª parte


Grupo de cuñados dándole al ariete para expugnar el castillo del duque de Cornwall. Han acordado con Uther Pendragon
que ellos podrán saquear la bodega mientras él se beneficia a la hermosa Igraine. Como vemos, estas máquinas eran protagonistas de cualquier movida como Dios manda.

Bueno, en la entrada anterior pudimos ver tanto el origen como la evolución de los arietes los cuales, por cierto, permanecieron invariables desde tiempos de los romanos hasta que la aparición de la pólvora envió al baúl de los recuerdos la tormentaria medieval. O sea, que a la vista de ello podemos afirmar que durante la friolera de treinta siglos estas máquinas tuvieron básicamente la misma morfología sin que sufriese más cambios que en las tortugas destinadas a preservar a los servidores de las mismas del hostigamiento por parte de los defensores de las fortalezas asediadas. No obstante, colijo que más de uno y más de dos aún mantendrán en sus magines la idea de que los arietes eran unos ingenios sumamente vulnerables, y quizás incluso no se expliquen como permanecieron tantos siglos en activo siendo como eran unos mamotretos lentos, engorrosos y muy vulnerables. 

Bien protegidos por la tortuga, los servidores de un ariete
podían batir sin descanso su objetivo casi con total
impunidad. Caso de no disponer de medios para repelerlos,
a los defensores solo les restaba prepararse para defender
la brecha
que, con toda seguridad, abrirían en poco tiempo.
Por ello, les invito a que realicen un pequeño ejercicio de mental, de esos que tanto nos deleitan cuando imaginamos a nuestros cuñados en una procelosa cámara de tortura con la única compañía de nuestras iracundas personas. Imaginemos pues que un mal día se personan ante nuestro chalé que tanto nos está costando pagar un grupito de probos ciudadanos albano-kosovares que, muy airados porque no han logrado adaptarse a nuestras depravadas costumbres occidentales, se dedican a expropiar al personal de determinados objetos de valor para poder mantener a sus extensas progenies sin necesidad de doblarla. Imaginemos que, provistos de un poste de la luz también expropiado a Endesa han decidido derribar la tapia que rodea nuestro preciado chalé con el fin de abrir una brecha en la misma y proceder a la expropiación. ¿Cómo los rechazamos? Si nos asomamos por la tapia para arrojar sobre ellos cualquier líquido calentito, uno de los asaltantes nos fríe con un Kalashnikov traído de souvenir desde la antigua Yugoslavia. Si intentamos arrojar sobre el poste de la luz teas ardientes, resulta que la han cubierto con una capa de amianto también expropiada al cuerpo de bomberos cercano. La tapia se va tambaleando sin que podamos hacer nada por impedirlo, y tampoco podemos hostigarlos con la escopeta de caza del abuelo porque, para colmo, han metido el poste y los que lo manejan en un contenedor abandonado, por lo que las perdigonadas no les afectan para nada. Chungo, ¿no? Pues traslademos esa misma situación al medioevo o más atrás y ya podemos tener claro que ver las defensas propias batidas sin descanso por un ariete no era precisamente una chorrada. De ahí que los ingenieros y tratadistas de la cosa bélica se devanaran los sesos para dar con cualquier medio que permitiera anular o, cuanto menos, aminorar, los efectos de los arietes.

En la entrada anterior ya presentamos un bajorrelieve asirio en el que se podía ver como los sitiados lanzaban unas cadenas que, al atrapar la viga del ariete enemigo, anulaba su movimiento. En dicha escena aparece también dos de los servidores de la máquina intentando zafarla mediante sendos ganchos, así que ya vemos que desde los tiempos más remotos se habían puesto en juego medios más o menos eficaces para combatir los arietes. Sin embargo, inmovilizar ingenios cada vez más pesados y que, por ende, desarrollaban una energía cinética bestial, requería soluciones más drásticas que trabar la viga; y al decir drásticas no hacemos referencia a medios más enérgicos, sino más ingeniosos y eficaces con el fin de aminorar los tremendos golpes que, sin prisa pero sin pausa, iban convirtiendo en escombros las murallas más sólidas. Una variante del método usado por los asirios y que aún era empleado en la Edad Media consistía en descolgar de la muralla una pieza metálica en forma de pelta la cual, suspendida mediante cadenas o gruesas sogas, trababa la cabeza del ariete en el instante de golpear. Este artefacto, denominado en Francia como "loba" o "cuervo" y cuyo aspecto vemos en la figura de la derecha, tenía como finalidad tirar hacia arriba del ariete si bien cabe suponer que no debía ser muy efectivo tanto en cuanto el mismo peso de la viga y la cabeza metálica bastarían para desprenderlo de la trampa. No obstante, es posible que, al menos, retardaría la acción del ariete ya que lo estorbaría constantemente sin posibilidad de evitarlo por parte de los que manejaban la máquina.

Con todo, uno de los métodos más antiguos de los que tenemos constancia consistía en colgar desde la muralla fardos rellenos de cualquier material que amortiguase las embestidas de los arietes (v. lámina de la izquierda). Eneas el Táctico, un griego autor de varias obras sobre poliorcética allá por el siglo IV a.C., sugería los sacos rellenos de paja para tal fin. Igualmente, se podía usar lana, mimbre o cualquier otro material que absorbiese los impactos. Sin embargo, esta estratagema podía ser fácilmente contrarrestada ya que bastaba incendiar los fardos o, caso de estar llenos de algún material incombustible como la arena, los asaltantes rasgaban la envuelta con garfios, vaciando de contenido los mismos. Estos métodos permanecieron invariables durante toda la Edad Media ya que, al cabo, los tratadistas de la época se limitaban en muchos casos a traducir y transmitir el contenido de las obras procedentes del Mundo Antiguo. Dichos tratadistas diseñaron cantidad de variantes de la tortuga pero, en realidad, los arietes eran los mismos que dos mil años antes, y ante las mismas máquinas solo cabía oponer las mismas respuestas ya que no se había inventado nada que permitiera la evolución de ambas.

Un método más eficaz lo usaba el ateniense Atenocles, el cual hacía descargar sobre la cabeza del ariete vigas sujetas de forma horizontal de forma, al dejarlas caer de golpe, partiesen o dañasen la máquina tal como vemos en el grabado de la derecha. Cualquier cosa de forma similar era válida, como las grandes columnas de mármol tan habituales en las poblaciones del mundo antiguo. Incluso se llegaba a reforzar la muralla con grandes cantidades de tierra apisonada fabricando previamente un parapeto de madera formando una especie de cajón entre la muralla y dicho parapeto. Esa técnica la usaron los zelotes judíos que defendían la fortaleza de Masada al mando de Eleazar ben Yair contra el procurador Lucio Flavio Silva, y resultó bastante efectiva hasta que los romanos lograron incendiar el parapeto.

Con todo, lo que primaba por encima de todo era intentar destruir la tortuga mediante la acción del fuego con brea, azufre, pellas ardientes o, en definitiva, cualquier cosa capaz de hacerla arder. Obviamente, y como hemos visto, las tortugas estaban bastante bien protegidas así que no era precisamente fácil quemarlas. Pero, por lo general, estas contramedidas tan determinantes no se solían tomar, prefiriendo los defensores los medios arriba detallados o bien intentar enlazar la cabeza del ariete para volcarlo o atraparla con un lobo, chisme cuyo aspecto podemos ver en la figura de la izquierda. Según parece y a la vista del otro ingenio mencionado más arriba como la hembra de estos animalitos, en la época denominaban con epítetos caninos a todos aquellos ingenios destinados a atrapar arietes. En cualquier caso, estos lobos eran básicamente similares a las mordazas o perros con que se suspendían los sillares usados en construcción. Colgados mediante cadenas de un balancín, gracias a la fuerza de la palanca podían inmovilizar un ariete o incluso hacer volcar la tortuga de la que estaba suspendido. Cuanto más pesado fuera el ariete, con más fuerza se hincaban en su viga los dientes del lobo, y cuando más tirasen hacia abajo para intentar soltarlo, más difícil sería librarse de él. Aunque obviamente no era fácil capturar un objeto en movimiento con una tenaza dentada suspendida por una cadena, de lo que sí podemos estar seguros es que, de lograrlo, el ariete estaba prácticamente sentenciado ya que los atacantes no tenían medios para liberarlo. A los defensores les bastaba tirar con denuedo para volcar la tortuga o, cuanto menos, dañar seriamente la viga del ariete.

En la figura de la derecha podemos ver uno de estos lobos en funcionamiento. Se trata de un grabado del prolífico caballero de Folard, un ingeniero y tratadista militar francés que vivió entre los siglos XVII y XVIII y que estaba considerado como el Vegecio de su época gracias, entre otras cosas, a sus estudios sobre las obras de Polibio. En el grabado podemos ver con toda claridad la forma de operar de estos ingenios, que atrapaban la viga del ariete y, tirando hacia arriba mediante una palanca, anularlo por completo. Soltarlo sería casi imposible para los atacantes ya que ni podían abrir el lobo ni tampoco cortar las cadenas que lo sujetaban, así que los defensores aprovecharían para empaparlo con brea y reducirlo a cenizas, lo que aminoraría de forma notable la posibilidad de abrir una brecha en las murallas.

En fin, ya vemos que, por la cuenta que les traía a los defensores, o ideaban algo para neutralizar los arietes o sus miserables existencias valdrían menos que la palabra de un político. Los medios que se han explicado estuvieron vigentes hasta que los arietes cayeron en la obsolescencia, pero no debemos olvidar que la pugna entre estas máquinas y los ingenios para combatirlas perduró durante siglos sin que estos últimos lograran un nivel de eficacia tal que consiguieran eliminar los arietes de la escena bélica de la época. Como colofón, comentar que en su momento ya dedicaremos otra entrada para dar cuenta de las diversas combinaciones de arietes con otro tipo de ingenios a fin de aumentar su devastador poder.

Y como es hora de cenar, pues me piro, vampiro.


Miniatura medieval en la que podemos ver en primer término un ariete en acción. Para contrarrestar sus efectos, los
defensores han descolgado de la muralla una loba para atrapar la cabeza y un fardo de lana para amortiguar los golpes.
Merece la pena reparar en el garfio que presenta la cabeza del ariete el cual supongo actuaría como una FALX MVRARIA
o como el ariete de uña del que hablamos en su día.

No hay comentarios: