Vista panorámica del huerto del convento de Santa Clara hacia los años 20, restaurado por Talavera Heredia para su uso como museo arqueológico. En el centro se yergue la famosa torre |
Hace trillones de eones que no hablamos de temas sevillanos, así que como es viernes, ayer no me tocó la Primitiva (¡maldición!), el chucho (Dios lo maldiga por siempre) se me ha comido un geranio del patio, está lloviendo a cántaros y, quizás lo más importante, porque me da la gana, hoy daremos cuenta de uno de los monumentos más emblemáticos de la populosa urbe fundada por el fenicio Melkart hace ya la torta de años.
Cara sur de la torre |
En primer lugar, conozcamos el origen de esta torre. En 1252, cuatro años después de la reconquista de Sevilla, el rey Fernando ya había dado forma al repartimiento de la misma, así como el de las tierras y alquerías de los alrededores. Cabe suponer que los miembros de la extensa progenie del monarca, así como su segunda mujer, la reina Juana de Ponthieu, y las órdenes militares que le dieron su apoyo habrían recibido su parte ya que en aquel año la torre estaba edificada. Así pues, y teniendo en cuenta que el repartimiento no se hizo efectivo hasta el año siguiente, reinando Don Alfonso X, podemos dar por sentado que, en efecto, los infantes ya habían hincado el diente a sus respectivos lotes. De hecho, en 1249 el santo monarca les había concedido los señoríos de determinadas villas que fueron cayendo en manos castellanas durante el avance hacia Sevilla.
Foto de los años 80 que muestra los restos de los Baños de la Reina Mora cuando se demolió el edificio que ocupaba su solar, en el nº 23 de la calle Baños |
Para ponernos en situación echemos un vistazo a la foto superior, una vista cenital que nos permite ver marcado en rojo el contorno aproximado de la muralla almohade en tiempos de la reconquista. Al infante don Fadrique, segundo retoño de la abundosa prole engendrada por Beatriz de Suabia, le habían correspondido unas casas con un huerto en la collación de San Lorenzo que hemos marcado en verde. Como podemos apreciar, se encontraban a escasa distancia de la laguna que actualmente es la Alameda de Hércules y que se ha marcado de azul. Al parecer, dichos bienes habían sido propiedad de un moro llamado Alfil. En cuanto a la marca amarilla, simplemente debemos recordar su ubicación ya que es donde estaban los llamados Baños de la Reina Mora, que fueron a parar, entre otros inmuebles, a la reina viuda Doña Juana de Ponthieu, una gabacha que se casó de segundas nupcias con Don Fernando en 1237, cuando el rey contaba 37 o 38 años y la novia apenas 17. Justo es reconocer que el santo monarca debía ser un pichabrava de aúpa, porque teniendo la sucesión asegurada gracias a la prolífica Doña Beatriz, que le dio 10 hijos, aún tuvo bríos para hacerle otros cinco a la gabacha.
Hasta ahora, nada fuera de lo normal. El infante obtiene unos bienes inmuebles y edifica o reforma lo que tiene a bien para hacerse con un palacio digno de su rango. Pero, ¿qué pintaba allí una torre exenta de semejante altura? Era una auténtica atalaya, pero de nada servía dentro de una de las ciudades mejor amuralladas de Europa, así que, en apariencia, no tenía mucho sentido gastarse los buenos dineros que debió costar edificarla. La torre, tal como podemos ver en el plano de la derecha, alberga en su interior tres plantas, a cual más suntuosa, siendo la superior la más elegante gracias a su bóveda de crucería con ocho nervaduras. Además, en cada una de sus caras se abre una ventana formada por un arco trilobulado, elemento decorativo este impropio de un edificio militar. Por otro lado, el acceso a la azotea se efectuaba a través de una simple buhedera a la que se accedía mediante una escala de mano. En definitiva, tenía todas las condiciones para ser una mera torre señorial: amplias cámaras a las que se dotó de una decoración adecuada y buena entrada de luz, acceso a ras de suelo mediante un arco abocinado de estilo románico tardío y ausencia de elementos defensivos como un simple matacán para defender la puerta de entrada, así como la carencia de aljibes que permitieran su defensa llegado el caso.
Sobre la puerta de entrada se conserva una lápida de mármol azulado que da fe de la autoría del edificio. Dice así:
FABRICA MAGNIFICA TVRRIS FVIT HEC FREDERICI ARTIS ET ARTIFICI POTERIT LAVS MAXIMA DICI GRATA BEATRICI PROLES FVIT HIC GENETRICI REGIS ET HESPERICI FERNANDI LEGIS AMICI ERE SISVRICI CVPIS ANNOS AVT REMINISCI IN NONAGENA BISCENTVM MILLE SERENA DIVICIIS PLENA
IAM STABAT TVRRIS AMENA
IAM STABAT TVRRIS AMENA
Lo que, según Gestoso, viene a decir que "Esta torre fue obra de Federico (Fadrique es lo mismo). Podría llamarse la mayor alabanza del arte y del artífice. Fue grato a sus padres este hijo de Beatriz y del rey de España Fernando, amigo de la ley. Si deseas saber o recordar la era y los años (de su construcción) en 1290 ya existía la torre bella y esbelta llena de riquezas." Recordemos que la fecha corresponde a la Era Hispánica, que iba 38 años por delante de la del nacimiento de Cristo, lo que corrobora que en 1252 ya estaba edificada.
Puerta de acceso. Sobre el arco se ve la lápida antes citada |
Así pues, es probable que su suntuosidad fuera el origen de la leyenda que ha llegado a nuestros días, la que narra los supuestos amoríos entre el infante y su madrastra, apenas tres años mayor que él. Así pues, Don Fadrique, con unos 29 o 30 años, le tiraría exitosamente los tejos a la viuda de su padre que tendría unos 33 y, al decir del personal, muy bien llevados a pesar de sus cinco partos. Según dicha leyenda, la viuda pasaba buenos ratos practicando la cetrería con su halcón en los jardines de sus casas. Hago un inciso para comentar que esto es un error chorra ya que ese pájaro le estaba vedado a las mujeres. Según las normas "deportivas" de la época, halcones y azores eran de uso exclusivo de los hombres, los gavilanes estaban destinados al clero y las mujeres, por aquello del sexo débil, debían emplear falcónidos de menos porte como esmerejones o cernícalos. Bien, aclarado esto, prosigamos. Así pues, la reina se lo pasaba pipa lanzando su pájaro contra la volatería que pasaba sobre su coronada testa pero, al parecer, con poca fortuna. Sabiendo el infante de su afición por la cetrería se ofreció a acompañarla fuera de la ciudad, donde seguramente haría mejores presas. Está de más decir que ese comportamiento sería impensable en una viuda, y aún más en una reina viuda cuyo destino, salvo que contrajese nupcias de nuevo, sería languidecer rodeada de sus dueñas dándole a la aguja, tocando algún instrumento y, por supuesto, rezando por el alma de su difunto marido.
Acceso a la primera planta. La barandilla de madera fue obra de Talavera Heredia cuando se restauró en los años 20 del pasado siglo |
Y Don Fadrique, al que la gabacha habría nublado las entendederas, mandó hacer la dichosa torre con la excusa de que, de ese modo, podría seguir cazando durante el invierno lanzando su pájaro desde la azotea y bajando a la cámara superior a calentarse si sentía frío. O más bien, a que la calentasen, digo yo. Así pues, la torre reciclada en picadero habría sido testigo de apasionada coyunda entre el buen infante y su madrastra sin tener en cuenta algunos detalles que convierten esta leyenda en un camelo absurdo. De entrada, don Fadrique ya estaba casado desde hacía varios años con una italiana que le dio una hija, Beatriz, nacida en 1242. Pero ponerle los cuernos a la propia no era nada raro en aquella época, y más entre personajes ilustres. Sin embargo, difícil es cometer adulterio con la adúltera in absentia ya que Doña Juana se largó a su amada Francia en 1252, con lo cual tenían complicado amancebarse salvo que ambos dos se apuntasen al "Meeting" ese que, según dicen, facilita el ligoteo una cosa mala. Ah, y un detalle importante: en aquella época, calzarse a la madrastra era considerado legalmente como incesto. Sí, aunque no fueran de la misma sangre, aunque no tuviesen el más mínimo parentesco, la madrastra era la madre, y cepillarse a mamá estaba muy feo y por ello condenado con las penas más severas, así que exponerse a que el secreto no fuera divulgado era mucho exponerse ya que habría cantidad de criados chismosos deseando contar a todo el mundo que la gabacha era un pendón desorejado y el infante un borde por chulear a su madrastra.
Planta superior. La flecha señala la escala que permite llegar a la buhedera que da acceso a la azotea |
Don Fernando se había asegurado de dejar bien provista a su mujer para que nada le faltase. Aparte de los señoríos Marchena, Carmona, Zuheros, Luque, Zuherete, Hellín y Madinatea, le concedió tierras en Córdoba, Jaén y Arjona, además de jugosísimos bienes inmuebles en la recién conquistada Sevilla: 700 aranzadas (313 Ha.) de olivar en la alquería de Rogaena, en Aznalfarache; 50 yugadas (1.600 Ha.) de pan en la alquería de Sollucar de Al-Bayda, hoy Albaida del Aljarafe, situada en el extremo noroeste de la comarca aljarafeña, 30 aranzadas (13'5 Ha.) de viña junto al Tagarete y 12 aranzadas (5'4 Ha.) de huerta junto a la puerta Macarena. A tan suntuario patrimonio debemos añadir varios molinos en el río Guadaíra, así como varias casas en las collaciones de San Ildefonso y San Juan de la Palma, así como un molino de aceite, una tahona y los baños moros citados anteriormente. En definitiva, la dejó con el riñón muy, pero que muy bien cubierto. Sin embargo, cuando Don Fernando tuvo a bien palmarla, su heredero no estuvo por la labor de efectuar el repartimiento tal como estaba previsto. Así, en 1253, apenas un año más tarde del regio deceso, ya empezaron los problemas cuando los beneficiarios de heredades y donadíos se encontraron con la negativa del nuevo monarca, lo que cabreó bastante al personal empezando por el mismo don Fadrique, su hermano el infante don Enrique, las órdenes militares y acabando por la viuda. La verdad es que la posición de Doña Juana no era precisamente agradable. Una reina viuda cuyo rey no era su hijo, sino su hijastro, quedaba a expensas literalmente de su capricho o merced, y más en este caso en el que Don Alfonso se mostró bastante reacio a mantener lo dispuesto en el repartimiento. Así pues, y a la vista de que la situación política en Francia hacía su presencia más necesaria que en Castilla, donde solo le restaba vivir de lo que su hijastro le permitiese conservar, pues se largó enhorabuena y aquí paz y después gloria, amén.
La torre mocha, en Albaida del Aljarafe, vista por su cara sur |
De ese modo, como creo que queda claro, la historia de los amoríos no es más que eso, una leyenda sin el más mínimo fundamento surgida tal vez por algún requiebro cortesano de Don Fadrique a su madrastra, o incluso por haber participado en alguna jornada de caza, pero nada más. Así pues, ¿para qué mandó hacer la torre nuestro infante? Pues seguramente como medida disuasoria contra su tornadizo hermano, como una forma de hacerle ver que no se doblegaría a su capricho ni aceptaría que se le arrebatase lo que era suyo, incluyendo por cierto el señorío de Sollucar de Al-Bayda, donde también mandó hacer una torre conocida actualmente como la torre mocha por estar arrasada hasta el nivel del suelo de la primera planta. Don Fadrique el Torrero debieron apodarle, ¿no? Pero, cuestiones arquitectónicas aparte, lo cierto es que don Fadrique se dedicó a conspirar contra su hermano el cual sería muy sabio, pero como político era un desastre. Y además, rácano, porque muchas de las heredades concedidas por su padre a sus hermanos, su viuda y algunos ricoshombres las tomó para sí como villas de realengo, lo que le atrajo no pocos enemigos.
Es de todos sabido el fin que tuvo el infante que, según le leyenda, fue mandado ejecutar en 1277 por orden de Don Alfonso, precisamente como castigo a la gran traición cometida al beneficiarse a su madrastra. Pero eso sucedió unos veinticinco años después de que Doña Juana tomara camino a Francia, así que suena un poco chorra que demorase tanto el castigo a su supuesta felonía. La realidad es que no se saben con certeza cuales fueron los motivos que impulsaron al monarca a matar a su hermano, así que tendremos que echar mano a la "Crónica de Alfonso X" para corroborar que, en efecto, fue una decisión rumiada largamente pero ejecutada de forma expeditiva. Dice así:
É el Rey partió de Segovia, é el infante don Sancho con él, é fueron á Burgos; é porque el rey sopo algunas cosas del infante don Fadrique, su hermano, é de don Ximon Ruiz de los Cameros, el Rey mandó al infante don Sancho que fuese prender á don Ximon Ruiz de los Cameros, é que le ficiese luego matar. É don Sancho salió luego de Burgos, é fué á Logroño, é falló y á don Ximon Ruiz, é prendióle; é este mismo dia que lo prendieron prendió Diego López de Salcedo en Burgos á don Fadrique, por mandado del Rey. É don Sancho fué á Treviño, é mandó quemar allí a don Ximon Ruiz ; é el Rey mandó ahogar á don Fadrique. É de las otras cosas que acaescieron en este año, non se falla más en escripto.
Imagen de la lápida que se encuentra sobre la puerta de la torre |
Para aclararnos: este Simón Ruiz de los Cameros era a la sazón yerno del infante, casado con su hija Doña Beatriz Fadrique. Ser quemado en la hoguera era una pena habitual en los reos de alta traición, y en el caso del infante, que fue estrangulado mediante garrote, cabe suponer que fue una excepción ordenada por el rey para no derramar la sangre de su propio hermano. Así pues, todo parece indicar que algún complot se traían entre manos el buen don Fadrique y su yerno en aquellos turbulentos tiempos, y que enterado el monarca de lo que se cocía mandó quitarlos de en medio sin más historias. Debemos recordar que, en aquella época, los reyes y los nobles tenían por norma mantener incólume la dignidad de sus allegados aunque fuesen unos granujas que acabasen con sus cabezas en el tajo, y siendo como era Don Fadrique hijo del gran rey Fernando, no querría que su nombre estuviese ligado a alguna traición contra su persona, dándole además una muerte honrosa.
Grabado del siglo XIX que muestra la torre en el huerto del convento de Santa Clara |
Tras la muerte del infante, en 1278 el rey Alfonso cedió sus bienes al cabildo catedralicio. Previamente, en 1269, los inmuebles sevillanos habían sido confiscados por la corona y donados a la Orden de Calatrava, quienes edificaron una capilla dedicada a San Antolín. Unos años más tarde, mediante un privilegio fechado en Toro el 15 de noviembre de 1289, su sucesor el rey Sancho IV donó a la orden franciscana lo que fueron las casas y demás dependencias de don Fadrique para fundar el Real Monasterio de Santa Clara, quedando la torre ubicada en el huerto del mismo. Y allí sigue, emergiendo entre el caserío urbano con su esbelta silueta. El infante se llevó a la tumba los verdaderos motivos que le llevaron a construirla, si bien es más que evidente que no fue para hacerle arrumacos a Doña Juana. Así mismo, tampoco sabremos con certeza qué fue lo que indujo al rey Alfonso, un hombre que no se distinguió por poseer un carácter fiero como su santo padre o su hermano Enrique, que tenía más peligro que un macaco epiléptico con el dedo puesto en el botón nuclear, para dar muerte a su hermano cuando podría haberlo encerrado o enviado al exilio, así que algo muy gordo debió haber hecho para preferir liquidar a alguien de su propia sangre que incluso había combatido con él en tantas ocasiones durante las acciones de reconquista del territorio. En fin, cosas de familia.
Bueno, esta es la historia de la torre de Don Fadrique. Actualmente se puede visitar, así que si algunos de los que me leen se acercan a la incomparable Hispalis pueden aprovechar e invocar a la phantasma del infante, a ver si le desvela el misterio.
Hale, he dicho
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