Jurovos que algún perro nigromante me debe haber echado un maleficio de cojones, porque desde ayer no paran de ocurrirme desgracias. Y la peor de todas es que mi amado ordenador donde guardo mis preciados tesoros se ha ido al carajo y me lo están intentando arreglar. Así pues, hoy toca entrada cortita porque me tengo que aviar con mi memoria y poco más para elaborarla. Hablaremos pues de los gladiadores ciegos.
Una de las contradicciones más asombrosas del mundo romano consistía en el indescriptible sadismo arraigado en todos los estamentos sociales. Es algo bastante complejo de entender como una cultura que es la madre de Occidente y cuyos conocimientos y principios aún son plenamente válidos, pudieron al mismo tiempo desarrollar una increíble capacidad para hacer la puñeta al prójimo de las formas más aberrantes que se puedan imaginar, y una de ellas eran, como podemos imaginar, los espectáculos que se veían en la arena de los anfiteatros.
Este tipo de espectáculos entusiasmaban a la plebe |
Sí, a ciegas. Les cubrían la cabeza con un casco de SECUTOR o de MIRMILLO al que se le habían sustituido los visores perforados por otros sin ningún tipo de abertura que les permitiese ver, y les entregaban a cada uno un gladio para que se fueran matando hasta que quedase vivo solo uno, el cual podría regresar a la FOSSA BESTIARIA con la vida perdonada pero, casi con seguridad, literalmente acribillado de heridas que le surtirían su mortal efecto al cabo de poco rato. ¿Que cómo combatían? Pues guiándose como podían por el oído, palpando en el vacío hasta dar con el enemigo y, entonces, se agarraban uno al otro y se daban de puñaladas a ciegas ante el regocijo y la rechifla del personal que, para más divertimento, se dedicaban a dar voces guiándolos si bien muchos, con evidente mala uva, los dirigían en dirección opuesta, o hacia las gradas para que se dieran un cabezazo contra la misma.
No se conoce mucho acerca de la panoplia de los ANDABATÆ. Algunas fuentes sugieren que combatían con el torso desnudo, cubiertos solo con el SVBLICACVLVM. Otros aseguran que, al contrario, iban cubiertos por una loriga de escamas o de malla a fin de ir más protegidos de forma que se alargasen más los combates ya que, como podemos suponer, en un agarrón bastaría una cuchillada medianamente bien colocada para acabar con el adversario. Otros, finalmente, aseguran que los ANDABATÆ luchaban a caballo a modo de los EQUITES pero, al no poder ver, les costaba la propia vida manejar a sus monturas, dirigirlas contra el adversario y, naturalmente, se daban unos encontronazos bestiales que podrían dejarlos inútiles para combatir, por lo que serían rematados con el habitual martillazo en la cabeza o, simplemente, dejarlos en el sitio a causa de la costalada o el golpe. Esa teoría de la lucha a caballo proviene precisamente del término ANDABATA ya que dicha palabra proviene del griego andabatai (andabatai, viajero).
En fin, esto es lo poco que sabemos de estos peculiares luchadores cuyas actuaciones debían ser bastante patéticas. Y no solo por ser obligados a moverse cegados por el amplio espacio de la arena de un anfiteatro sino por no ser hombres, al menos en su mayoría, duchos en el manejo de las armas lo que harían los combates más ridículos. Por otro lado, no se tenía en cuenta la equidad física entre parejas ya que eran simples convictos que solo tenían en común haber delinquido por lo que igual, para más recochineo del populacho, enfrentaban a un gordo con un canijo o a un cachas con un birrioso. En definitiva, una verdadera aberración y una muestra palmaria de un sadismo surrealista. Cuesta trabajo creer que incluso el gran Cicerón, en una carta a su amigo Trebacio Testa, se refiriera a estos desgraciados en plan humorístico comparándolos con los ESSEDARII, gladiadores que combatían en carros de guerra y de los que ya hablaremos otro día.
Bueno, se acabó lo que se daba.
Hale, he dicho
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