miércoles, 10 de junio de 2015

Castillo europeo Vs. castillo japonés 1ª parte


Castillo de Sakasai, típico ejemplo de fortificación japonesa medieval

Como ya sabemos, en Occidente despierta especial fascinación todo lo referente a la cultura japonesa, desde sus estrictos códigos de tipo ético y moral a su obsesión por alcanzar el máximo de perfeccionamiento en todo lo que hacen. En el tema que nos ocupa cabrían añadir sus famosas espadas, las vistosas armaduras de los samurais o la cruel y ascética filosofía del bushido que solemos asociar con un desprecio absoluto por la vida ante el cumplimiento del deber. No obstante y si nos paramos a estudiar con detalle cada una de estas cuestiones, nos damos cuenta de que sus espadas no eran ni mucho menos tan buenas como las que se podían fabricar en Toledo, que los componentes de un Tercio español sentían el mismo desprecio por la vida antes de poner en entredicho su valor y su honra, y que si un samurai descabezaba a un oponente por una mala mirada no hacían sino lo mismo que un soldado español del Renacimiento. Pero, como es de todos sabido, el personal suele anteponer y valorar en más lo foráneo que lo propio lo que ha servido, junto a las películas ambientadas en el Japón medieval y los documentales chorras del Canal Historia, para dar por sentado que esta gente eran, aparte de invencibles, la quintaesencia de la perfección. Sin embargo, su sociedad actual, tan avanzada en tantos aspectos, debe sus avances y su tecnología a su apertura a Occidente a partir de la segunda mitad del siglo XIX ya que, hasta aquel momento, Japón seguía siendo un país tan medieval como cinco siglos antes, y su tecnología seguía anclada en la misma época. 

Al hilo de este tema no estaría de más establecer una serie de comparaciones entre las fortificaciones europeas y las japonesas del mismo período ya que, curiosamente, suele ser un tema bastante desconocido. Todo el mundo sabe mucho de katanas y cosas así, pero lo tocante a sus castillos está bastante menos divulgado, por lo que creo conveniente hacer un poco de luz al respecto. Así pues, en esta entrada hablaremos de los aspectos más significativos de los castillos japoneses para, en sucesivos artículos, entrar más a fondo en los detalles de los mismos. Al grano pues...

Para aligerar peso, los parapetos se
componían inicialmente de simples
postes ranurados en los que se encas-
traban gruesos tablones.
De entrada, habría que señalar que la tecnología y las técnicas constructivas empleadas en Japón en lo tocante a fortificaciones estaban, aunque relacionadas en diversos aspectos con las Occidentales, bastante alejadas en general en cuanto a diversidad de elementos defensivos o la solidez de las mismas. De hecho, hasta el siglo XVI la tipología habitual era similar a las motas castrales al uso en Occidente siglos antes. Aprovechando colinas situadas en puntos estratégicos, allanaban la cima para, a continuación, rodearla mediante una empalizada y situando en su interior una torre de madera cuyos detalles veremos más adelante. Estas fortificaciones recibían el nombre de yamashiro, o "montaña fortificada", y para su construcción se limitaban a hacer uso de la madera procedente de la masa forestal que crecía en el entorno ya que, gracias a su clima húmedo, Japón ha sido siempre un país con grandes bosques. Pero las lluvias torrenciales y los constantes terremotos que padecían les obligaba a tener especial cuidado a la hora de preservar la consistencia del terreno donde edificaban sus castillos, haciendo uso de tepe y dejando sin talar los árboles que crecían en las laderas de la colina a fin de sustentar el terreno.

El gráfico muestra las diversas partes de que se
componía el revoco de los muros. Este sistema también
se usaba para los muros exteriores de la torre
del homenaje que servía de vivienda al señor
feudal o daimio.
Esta serie de inconvenientes insalvables obligaba a que las estructuras defensivas fuesen muy ligeras, intentando en todo momento aliviar al máximo el peso de las torres que, en muchos casos, se limitaban a ser simples armazones prácticamente desprovistos de elementos de defensa para sus ocupantes los cuales a veces se veían luchando literalmente a pecho descubierto. De hecho, mientras que en el siglo XI las motas castrales europeas ya se construían enteramente de piedra, en pleno siglo XV aún seguían en el Japón con sus empalizadas y sus torres de madera que, además, eran muy vulnerables al fuego como podemos suponer. Cierto es que su carencia de artillería tampoco obligaba a construir muros más resistentes ya que la ubicación de estas fortificaciones impedía adosar máquinas de batir o de aproche pero, no obstante, una andanada de flechas incendiarias o de mixturas inflamables contenidas en vasijas podrían arrasar una de sus torres o la muralla sin muchas complicaciones. De ahí que optaran por un peculiar sistema constructivo similar al usado en las torres de las motas castrales europeas más primitivas. Dicho método consistía en clavar postes a una distancia de unos dos metros de unos a otros tras lo cual se tendían entre ellos hileras de cañas de bambú horizontales y verticales atadas entre sí por ambas caras. A continuación se las cubría con un revoco a base de arcilla y piedras trituradas y, finalmente, se encalaba. No obstante, el mantenimiento que requería este tipo de muros era constante ya que aún en el caso de que las lluvias o los terremotos no arruinaran el revoco, al menos cada cuatro o cinco años era preciso renovarlo o, al menos, repararlo en diversas zonas. En cuanto a las rudimentarias torres del homenaje de la época, estas no solían rebasar los tres pisos de altura precisamente para limitar al máximo el peso de las mismas. En realidad, más que torres en el sentido en que las conocemos eran viviendas destinadas al daimio y su familia, habiendo dentro del recinto otros edificios de una sola planta para la servidumbre, la guarnición, almacenes, etc.

Por otro lado, las murallas del castillo japonés carecían de almenado. Sus paramentos eran como los de un muro normal  corriente en el que solo se abrían aspilleras de forma triangular o rectangular para permitir a los tiradores de arcabuz y arco respectivamente disparar a cubierto. Así mismo, y ya que hablamos de un país sometido a constantes lluvias, se remataban estas murallas con techumbres de retama o de tejas para permitir a la guarnición combatir al resguardo del aguacero de turno, lo que anulaba a los arcabuces y ponía las cosas difíciles a los arqueros ya que sus armas perdían tensión con la humedad. Un buen ejemplo lo tenemos en la foto superior, correspondiente al castillo de Kakegawa. Tal como podemos apreciar, en cada tramo se abre una aspillera para arcabuz o arco, estando el conjunto rematado por un techado a dos aguas que, por el exterior, servía además para dificultar a posibles asaltantes acceder al interior.

En cuanto a las torres, curiosamente no tenían capacidad de flanqueo. En vez de ser emplazadas en una posición saliente respecto a la muralla, estaban ubicadas hacia dentro e incluso distribuidas por el interior del recinto sin contacto alguno con los muros. Su misión era pues más bien de atalaya y para hostigar al enemigo que permaneciera bajo su ángulo de tiro; o sea, que si los atacantes lograban acercarse a la muralla, automáticamente quedaban ocultos a los tiradores emplazados en las torres, quedando relegadas en ese momento a atacar desde ella a los enemigos que lograran acceder al interior del recinto. A la derecha tenemos un ejemplo típico de este tipo de torres que, como vemos, más se asemeja a una torre de vigilancia de un campo de prisioneros moderno que a la de un castillo medieval. El acceso a la misma se realizaba mediante una escala de mano que podía retirarse en caso de necesidad, y en la plataforma de combate dispone de un parapeto que defendía a medias a sus ocupantes ya que, al carecer de merlones, cada vez que se asomaban para disparar exponían medio cuerpo al enemigo. No obstante, había torres con parapetos más elevados con sus correspondientes aspilleras si bien en otras solo tenían una simple barandilla que dejaba al combatiente totalmente expuesto a los disparos de los enemigos. Debían caer como moscas, supongo. Por último, tenemos la techumbre a dos aguas para proteger de las inclemencias del tiempo al personal, elemento este que no falta en ninguna parte de un castillo japonés para evitar ver a toda su guarnición dada de baja por pulmonías galopantes.

En cuanto a las puertas de acceso, ni de lejos alcanzaban los niveles de sofisticación de los castillos europeos. En el caso que nos ocupa, por norma eran puertas situadas al nivel del suelo que se abrían en una torre defensiva de madera. A la izquierda vemos un ejemplar típico cuya morfología es básicamente la que podemos tomar como baremo para casi todas las puertas de fortificaciones japonesas. Con o sin balcón exterior, en la mayoría vemos una cámara superior cubierta para albergar a varios defensores. Sin embargo, carecían de otros dispositivos habituales en Europa como los rastrillos, las puertas en recodo, con patio simple o doble, etc. Si a eso unimos su construcción realizada con materiales especialmente sensibles al fuego, ya podemos imaginar que vulnerar una de estas puertas era bastante más fácil que la de un castillo Occidental, de los que hemos visto en diversas entradas que estaban provistos en muchas ocasiones de tal cantidad de elementos defensivos que convertían el acceso al interior en un verdadero infierno para los posibles atacantes. 

De hecho, lo único que se interponía entre los sitiadores y el castillo era el foso, que en algunos casos tenían una curiosa peculiaridad respecto a los que vemos en Europa y que consistía en que estaban compartimentados en todo su perímetro de la forma que vemos en la ilustración de la derecha. Dicha ilustración está basada en el foso del castillo de Yamanaka, perteneciente al clan Hôjô, y como vemos forma dos hileras de pequeños estanques inundados que recibían el nombre de shogi. Obviamente, el que caía dentro de uno de ellos no salía salvo que le echasen una soga o una escala. No obstante, la utilidad de este peculiar dispositivo se me antoja bastante relativa ya que los atacantes podían acercarse al talud cruzando por encima de los muros del shogi y escalarlo. Algunos caerían dentro, como es lógico, pero sin la compartimentación y simplemente inundándolo ya lo convertían en infranqueable. Es evidente que la psicología es los orientales dista mucho de la nuestra, y supongo que le verían su utilidad para llevar a cabo una obra tan compleja aunque se nos antoje menos práctico que un simple foso seco convencional. 

Puente de acceso al castillo de Hikone
Para cruzar el foso disponían de un puente normal y corriente construido de madera y, más raramente, de piedra, no conociendo el uso de los puentes levadizos al uso en Europa, lo que supone otro handicap en contra de las fortificaciones japonesas. Al parecer, lo único que se aproximaba a los mismos eran unas pasarelas deslizantes que se quitaban o se ponían mediante unas ruedas que apoyaban sobre unos raíles en la estructura base del puente, si bien no eran en modo alguno habituales en los castillos de la época. Al carecer de barbacanas, albarranas o torres de flanqueo cercanas, el asalto a los mismos no debía ser excesivamente complicado ya que los atacantes solo recibirían fuego enemigo desde el frente, por lo que bastaría con ir aproximándose protegidos por manteletes para situarse en la misma puerta, la cual podrían destruir con fuego o volándola con pólvora. En definitiva, algo muy básico para lo que suponía a un ejército sitiador europeo poder siquiera aproximarse al foso para rellenarlo. 

Maqueta del castillo de Osaka
Bueno, sirvan estos detalles como anticipo para irnos haciendo a la idea de las técnicas constructivas usadas por esta gente a la hora de fortificar sus dominios. Como hemos ido viendo, en casi todos los aspectos iban bastante atrasados respecto a Occidente, sobre todo en lo tocante al diseño de elementos defensivos que en su día se mostraron especialmente eficaces o en la morfología de sus castillos, carentes incluso de algo tan elemental como eran las torres de flanqueo. No fue hasta mediados del siglo XVI cuando, a raíz de empezar a generalizarse el uso de la piedra como material de construcción, los castillos japoneses empezaron a ganar no solo en solidez, sino también en complejidad aunque sin alcanzar nunca la de sus congéneres europeos. Ojo, esto no quiere decir que no contaran con fortificaciones de categoría, pero estas eran más la excepción que la norma. El ejemplo más reseñable sería el castillo de Osaka, edificado en 1583 y actualmente reconstruido casi en su totalidad, el cual se componía de un intrincado sistema de fortificaciones rodeadas de fosos húmedos que, en cierto modo, nos recuerdan a los fuertes tipo Vauban de Centroeuropa.

Takeda Shingen, el Tigre de
Kai. Palmó en 1573 sin lograr
alcanzar el anhelado
shogunato
Por otro lado, la construcción en piedra permitió le edificación de las torres del homenaje tan vistosas que aún se conservan y que, con su apariencia de pagodas, dan un aire elegante y cuasi mágico a estos castillos, más bien lo contrario que suelen inspirar las austeras y generalmente siniestras torres de Europa. Mitad palacios y mitad último reducto defensivo, eran donde los poderosos daimios conspiraban a todas horas mil y una traiciones para alcanzar el sueño dorado de todo samurai de postín: alcanzar el shogunato. Porque esta gente mucho hablar de honor y tal, pero se cambiaban de bando más que un político imputado, carajo. Bueno, ya seguiremos con los castillos pétreos, que también tienen su enjundia.

Hale, he dicho



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