Guillotina almacenada en el nº 60 de la calle la Folie-Régnault, de donde era trasladada a la puerta de la prisión de la Roquette. Hablamos de la segunda mitad del siglo XIX |
No creo que haya existido un artefacto sobre el que se hayan creado más bulos que la guillotina. De hecho, podríamos considerar esta siniestra máquina como el paradigma de que un camelo repetido mil veces se convierte en una verdad inapelable, y los cuñados saltan echando espumarajos cuando se les intenta explicar que ni fue un invento del doctor Joseph Ignace Guillotin, ni que este probo matasanos acabó sus días bajo los efectos de su hipotético invento. Más aún, es una creencia tan extendida como falsa que la implantación de la guillotina se debió a la necesidad de despachar reos acusados de enemigos de la Revolución que, en hornadas de cientos de ellos a diario, harían interminables las ejecuciones con los medios tradicionales como la horca, el hacha o incluso el enrodamiento. En fin, podríamos hablar de tropocientas chorradas más tomadas como artículo de fe que son más falsas que la declaración de bienes de un político, por lo que será más corto contar la verdad sin más historias.
Curioso grabado de la época cuyo autor no debió ver jamás una guillotina original |
Así pues, la máquina, que originariamente ni siquiera era llamada guillotina como veremos más adelante ni la inventó Guillotin ya que, como sabemos, la existencia de artefactos descabezadores era muy anterior a su época, no se adoptó para despachar ciudadanos en plan industrial. Tampoco fue Guillotin el fautor de su adopción, sino más bien el que impulsó la idea de adoptar un "mecanismo simple" para llevar a cabo las decapitaciones y, según Charles Henry Sanson, el famoso verdugo gabacho (Dios maldiga al enano corso) que mató a más gente que la peste, fue Luis XVI el que sugirió la adopción de su característica cuchilla oblicua en vez de la convexa del proyecto inicial. En fin, como pueden ver, en un par de párrafos ya se habrán desmoronado los esquemas de más de uno, así que colijo que cuando lleguemos al final se habrán vaporizado por completo por lo que, sin más dilación, procedamos a narrar cómo y por qué se implantó en Francia esta máquina que, además, también fue empleada en otros países europeos. Como ya sabemos, en Inglaterra y Escocia estaba en uso desde hacía bastante tiempo, y en Italia tenían su mannaia aún más antigua. Pero a raíz de su implantación en Francia se extendió a Bélgica, Alemania, Suiza, e incluso países tan dispares como Suecia o Grecia, aparte de las colonias o zonas de influencia francesa.
Joseph Ignace Guillotin |
Los protagonistas de esta historia son, además de Guillotin, el doctor Antoine Louis, un prestigioso médico militar miembro de la Real Academia de Cirugía, autor y traductor de varias obras y, en realidad, verdadero artífice de la introducción de la máquina. Como hemos comentado antes, Guillotin promovió el uso de un "mecanismo simple", pero nunca especificó o diseñó cuál o cómo debía ser. Y por otro, Charles Henry Sanson que, aunque solemos imaginarlo como un sádico barrigón con jeta de borrachuzo y con un gorro frigio en la cabeza, era un ciudadano que gozaba de cierto prestigio e incluso su voz era oída en la Asamblea Nacional. De hecho, ni era barrigón, ni le daba al alpiste ni se ponía en la cabeza un gorro frigio, sino un sombrero como todo el mundo. Más aún, era un hombre culto que hasta tocaba el violín y se deleitaba interpretando dúos con Tobías Schmidt, un tedesco que había alcanzado cierto renombre como fabricante de pianos y clavecines en París y que, curiosamente, fue el que construyó la primera máquina. Sanson, como experto en finiquitar reos, abogaba por la supresión de los sistemas tradicionales por dos motivos: uno, porque los consideraba cruentos e innecesarios. Pensaba que el hecho de ser condenado a muerte no era motivo para ensañarse con el reo. Y dos porque, precisamente por su amplia experiencia, sabía que en muchos casos el reo no era capaz de afrontar su destino con la sangre fría y la entereza necesarios, lo que dificultaba enormemente la ejecución de la sentencia. Su opinión fue por ello muy tenida en cuenta a la hora de elegir y diseñar el "mecanismo simple" propuesto por Guillotin que, las cosas como son, no eran tan simple aunque sí de efectos quizás más fulminantes que los de la doncella de Escocia o la máquina de Halifax.
Antoine Louis (1723-1792) |
Si tenemos que señalar una fecha para el comienzo de la historia de la guillotina nos tenemos que remontar al 1o de octubre de 1789, cuando Guillotin presenta en la Asamblea Nacional seis artículos para la regulación de la pena de muerte de forma que, conforme al nuevo espíritu de fraternidad, igualdad y libertad, las ejecuciones se llevaran a cabo de la misma forma independientemente del estatus del reo. La realidad es que Guillotin era contrario a la pena de muerte, pero tenía claro que abolirla era de momento imposible así que abogó por hacerla más humana. Por aquellos tiempos, a los nobles se les descabezaba con espada, bien arrodillados o incluso sentados, mientras que a los plebeyos se les endilgaba un hachazo tumbado y maniatado como forma más infamante de palmarla. Y, por supuesto, para los crímenes más abominables se mantenía el enrodamiento, del que ya hablamos extensamente en su día. Lógicamente, era habitual que el reo, ante la contemplación del patíbulo, se viniera abajo y forcejeara o incluso sufriera desmayos, lo que complicaba enormemente al verdugo consumar la ejecución. En otras, bien por impericia o por un inesperado movimiento del reo, el golpe fatal fallaba y aquello se convertía en una verdadera escabechina para espanto de algunos y sádico regodeo de muchos, que se lo pasaban pipa viendo como el verdugo no lograba acabar con el reo como un novillero novato asestando un descabello tras otro sin lograr dar muerte a la res.
Ejecución del conde de Lally. Junto a él, espada en mano, vemos a Sanson justo antes de pifiarla de forma escandalosa |
Las ejecuciones con hacha eran igualmente complejas. Había que inmovilizar al reo y golpear con la destreza de un leñador en el sitio justo, lo que no era fácil para un verdugo que, en realidad, solo ejecutaba a un reo de higos a brevas y no se dedicaba a perder el tiempo en sus ratos libres decapitando borregos en los mataderos. De hecho, en las pelis siempre aparece el verdugo con un hacha enorme provista de un mango larguísimo cuando la realidad es que eran herramientas con una hoja muy ancha y un mango muy corto que hacía menos difícil acertar a la primera. No obstante, no era precisamente raro, sino todo lo contrario, que el reo recibiera varios hachazos. Un ejemplo conocido sería el de María Estuardo, que recibió el primer tajo en la cabeza y un segundo en el cuello que, a pesar de todo, quedó unido al cuerpo por un tendón que tuvo que ser cortado con la misma hacha. Un caso similar fue el de Thomas Cromwell, favorito de Enrique VIII hasta que se le acabó el chollo y fue enviado al cadalso, donde también requirió de varios golpes para ser liquidado. Al parecer, el primero aterrizó en la espalda, así que ya podemos imaginar la escabechina que le hicieron al pobre.
Bien, estas masacres fueron las que Guillotin intentó erradicar y, paradójicamente, incluso fue apoyado por Robespierre que, al menos por aquella época, también era partidario de abolir la pena de muerte si bien no cabe duda de que luego debió cambiar de opinión. Los seis artículos propuestos por Guillotin fueron los siguientes:
- Todos los delitos del mismo tipo serán castigados con el mismo tipo de castigo, independientemente del rango o estatus de la parte culpable.
- Siempre que la Ley imponga la pena de muerte, independientemente de la naturaleza del delito, el castigo será el mismo: decapitación, efectuada por medio de un mecanismo simple.
- El castigo del culpable no deberá desacreditar ni discriminar a su familia.
- Nadie reprochará a un ciudadano el castigo impuesto a uno de sus familiares. Dichos delincuentes serán reprendidos públicamente por un juez.
- Los bienes de la persona condenada no serán confiscados.
- A solicitud de la familia, el cadáver del condenado será devuelto a ellos para su entierro y no se registrará ninguna referencia a la naturaleza de la muerte.
Hipotético retrato de Sanson (1739-1806) realizado por E. Lampsonius en 1851 |
La propuesta fue bien recibida por la Asamblea si bien se lo tomaron con tranquilidad porque aún tardaron un par de años en convertirla en ley. El mismo Sanson envió un memorial para que los probos ciudadanos de la Asamblea se pusieran las pilas y decidieran de una vez qué tipo de máquina adoptarían. A pesar de la imagen que se tiene de este hombre, Sanson se consideraba ante todo un funcionario que se limitaba a cumplir una sentencia previamente dictada por un tribunal y que había recibido el visto bueno del rey, o sea, era el eslabón final de una cadena y le fastidiaba bastante el descrédito y la infamia que caía sobre los verdugos cuando, en realidad, aplicaban una sentencia judicial sin que el juez recibiera el mismo desprecio que los ejecutores de dicha sentencia. Hasta envió en su día otro memorial a la Asamblea Nacional quejándose en nombre propio y de sus colegas de aquel trato discriminatorio, redundando en la prohibición ya pre-existente de la costumbre de usar el término despectivo bourreau con los "ejecutores de sentencias", como rezaban las tarjetas de visita de Bernardo Sánchez Bascuñana, uno de nuestros últimos verdugos.
Ejecución de Murcod Ballagh. La verosimilitud del diseño de la máquina es más que cuestionable, pero ciertamente demuestra que la guillotina estaba ya más que inventada |
Guillotina "de primera generación" en su patíbulo original. La foto data aproximadamente de 1918 |
Al parecer, el que planteó el boceto inicial fue Tobias Schmidt, el fabricante de pianos que, durante una de sus sesiones musicales con Sanson, cuando este le comentó sus cuitas respecto al tipo de máquina que estaban buscando, tomó papel y pluma y le hizo un boceto. Schmidt, que obviamente dominaba a la perfección todo lo relacionado con la construcción en madera y con mecanismos complejos, solventó en un periquete el problema. Sanson le presentó el boceto a Guillotin y este a su vez hizo lo propio en la Asamblea Nacional el 31 de abril de 1791. Los probos ciudadanos se tomaron un poco a guasa la apasionada defensa que hizo Guillotin del invento, y cuando aseguró que la máquina solo haría sentir al reo "un leve frescor en el cuello" los muros temblaban de las carcajadas del personal. Pero nuestro hombre no se amilanó, y afirmó que "con esta máquina te corto la cabeza y no sufres", lo que finalmente pareció convencer a los asambleístas que, como está mandado, formaron una comisión presidida por Antoine Louis.
Les tricoteuses, las siniestras arpías que iban a diario a presenciar las ejecuciones mientras hacían calceta |
El mismo Luis XVI, que en aquel momento estaba ya a un paso de convertirse en el ciudadano Luis Capeto a secas, se interesó por el invento, invitando a Louis, a Guillotin y a Sanson a las Tullerías para ponerse al corriente. Según narra el nieto de Sanson en sus memorias apócrifas, el monarca se presentó vestido con un traje sencillo para no ser reconocido por Guillotin y el verdugo (Louis lo conocía de sobra), y le preguntó qué opinaba del diseño. Louis le mostró el boceto asegurándole que su colega también lo consideraba válido. En el mismo aparecía una cuchilla en forma de hacha, similar a la usada en la doncella de Escocia, por lo que el rey puso una objeción diciendo:
-La cuchilla tiene la forma de una media luna. ¿Creéis que una cuchilla con esta forma sería adecuada para todos los cuellos? Hay algunos que ciertamente no podría cortar.
A continuación se quedó mirando a Sanson, intuyendo que era el verdadero experto en la materia.
-¿Es este el hombre?- preguntó a Louis, que respondió afirmativamente-. Preguntadle qué opina del asunto.
-El caballero tiene toda la razón- respondió Sanson respetando el deseo del rey de mantener el incógnito-. La cuchilla no es como debería ser.
El rey sonrió con aire de satisfacción y, tomando una pluma que estaba sobre la mesa, rectificó el plano y dibujó una cuchilla oblicua encima de la de media luna.
-Puedo estar equivocado después de todo- agregó-. Las dos formas deben probarse cuando se realicen los ensayos.
Otras fuentes afirman que la idea de la cuchilla oblicua partió de Schmidt, pero no deja de ser digna de señalar la participación de Luis XVI, y más habiendo sido testigo de la misma Sanson en persona. En todo caso, no imaginaba el desdichado que él mismo tendría ocasión de probar en su propio pescuezo que, en efecto, la cuchilla oblicua era mucho más eficaz. Recordemos que las usadas por la doncella de Escocia y la máquina de Halifax, más que cortar lo que producían era un aplastamiento del cuello que, debido al enorme peso del lastre, quedaba separado del cuerpo más bien arrancado de cuajo que cortado limpiamente.
El 7 de marzo, el doctor Louis presentó el informe preceptivo a la asamblea proponiendo el diseño presentado por Schmidt y planteando el uso de las dos cuchillas que sería dirimido en las pruebas que se llevarían a cabo. El día 20 quedo definitivamente aprobado el proyecto, autorizando a Louis a que se llevara a cabo la construcción de la máquina. Al parecer, el médico hizo el encargo a un tal Guidon, un carpintero que era el que generalmente se ocupaba de construir los patíbulos para las ejecuciones. Según las memorias de Sanson, Guidon fabricó la máquina por un importe de 5.500 francos pero otras fuentes aseguran que se desechó la oferta del carpintero por ser excesivamente cara. De forma mayoritaria se acepta que fue Schmidt el que acabó construyéndola, recibiendo de Guillotin una gratificación de 960 libras más una patente de cinco años de duración. Obviamente, a raíz de la inminente revolución y el posterior Terror hicieron falta mogollón de máquinas, por lo que el probo pianista se forró y se olvidó de darle a la tecla ya que era más rentable la maquinaria de muerte industrial.
El diseño que vemos a la izquierda es el que Louis describió a Guidon y que, seguramente, nunca se construyó. No hay constancia de ello y tiene una sospechosa similitud con la máquina de Halifax. Como vemos, el reo sería tumbado en el suelo con la cabeza inmovilizada por la media luna de hierro, muy parecida a la que vimos en la doncella de Escocia. La cuchilla, en forma de media luna, estaba embutida en un pesado lastre de unos 15 o 20 kilos que se deslizaba por sendas acanaladuras abiertas en las caras interiores de los largueros. Para aumentar el peso se podían añadir, como hemos representado, pletinas de hierro o plomo. El cepo, además de la media luna de hierro, muestra un rebaje para que el reo pueda ajustar mejor la cabeza, y la misma pieza de hierro estaba hecha con los bordes redondeados para no producir molestias, lo que no deja de ser un tanto irrelevante para alguien al que en breve le van a causar la molestia definitiva y final. Al bajar la hoja, esta entraba en una acanaladura abierta en el cepo para asegurar el corte en el sitio exacto. Por lo demás, el artefacto carecía de mecanismos. En los extremos superiores de los largueros aparecen embutidas dos poleas por donde corría una soga que, en teoría, manejarían el verdugo y su ayudante y dejarían atadas al bastidor o a una argolla de hierro. Una vez colocado el reo en su posición bastaba soltar uno de los extremos para que la hoja cayese a toda velocidad impulsada por el lastre que, en la terminología francesa de la época, era denominado como mouton, palabro que si miramos en el diccionario significa oveja. Sin embargo, también era un término técnico con el que denominaban al martinete, o sea, las máquinas destinadas a clavar postes golpeando con un gran peso.
Finalmente, el diseño definitivo, que es el que todos conocemos, fue terminado y el 17 de abril de 1792 se envió a la prisión de Bicêtre, construida en 1633 por Luis XIII sobre los restos de una antigua fortificación. Las pruebas las llevó a cabo Sanson, que se hizo acompañar por dos de sus hermanos como auxiliares, y presenciada por los doctores Louis, Pinel y Cabanis. Primero se probó con ovejas, y a continuación con tres cadáveres humanos. En los dos primeros se probó la cuchilla oblicua, mostrándose infalible y precisa. El tercero se decapitó con la de media luna, resultando poco satisfactoria por lo que se adoptó de forma definitiva la cuchilla oblicua. Acababa de nacer la guillotina que, en su primera época, fue llamada Louisette o Louison en referencia al que había gestionado todo lo referente al diseño, construcción, etc. Sin embargo, y a pesar de que la máquina tuvo más de una docena de nombres coloquiales, al final se quedó de forma oficial con el de guillotina.
Guillotina usada en la Revolución y que luego se trasladó a Lieja, donde actuó por última vez en 1824. Actualmente se conserva restaurada en el Museo de la Vie Wallonne |
No pasó mucho tiempo hasta que la guillotina hiciese su estreno oficial. El día 25 siguiente, apenas ocho días después de las pruebas en la cárcel de Bicêtre, se instaló la nueva máquina en un cadalso en la plaza de Grève, como era habitual. El reo era Nicolas Jacques Pelletier, un fulano acusado de robo y asesinato en octubre del año anterior. Pelletier fue condenado a muerte el día 31 de diciembre siguiente, pero la ejecución quedó en suspenso mientras se solventaba el tema de la dichosa máquina. La ley ya estaba aprobada, pero no había aún con qué ejecutar la sentencia y no era posible volver al hachazo tradicional. Así pues, quedó a la espera de que se determinara el tipo de aparato a usar y a que se construyera. Como vemos, una vez solventado el problema no tardaron mucho en darle boleta al tal Pelletier. A las 15:30 horas, Sanson hizo los honores al reo, que al menos pasó a la historia aunque de una forma un poco enojosa. Curiosamente, las autoridades temían que una ejecución tan rápida y aséptica pudiera causar disturbios en una plebe que consideraba los suplicios como un mero divertimento, por lo que se requirió la presencia de efectivos de la Guardia Nacional. En efecto, la masa aquella se llevó un chasco cuando vieron que aquel chisme pintado de rojo terminó con la diversión en menos de un minuto, que fue lo que tardó Sanson en colocar al reo en la máquina y decapitarlo. La gente berreaba cabreada, añorando los enrodamientos que duraban horas en una orgía de alaridos, sangre y chasquidos de huesos rotos pero, al final, se impuso la lógica humanitaria iniciada por Guillotin y culminada por Louis y Sanson, que tampoco creo que imaginase la de trabajo que tendría con aquel artefacto ya que se le atribuyen alrededor de 3.000 ejecuciones durante la Revolución.
Bien, criaturas, este fue el origen de la siniestra máquina. A continuación veremos su apariencia en base a ejemplares que se conservan en el Museo de Limburgo, en los Países Bajos, en Lieja, Brujas y en el Museo Nacional de Historia y Arte de Luxemburgo. Se considera que, por su fecha de fabricación, deben ser, sino iguales, muy similares al modelo inicial que no ha llegado a nosotros. Posteriormente se fabricaron máquinas mejoradas, sobre todo en lo referente a los mecanismos y que estudiaremos en sucesivas entradas. Hoy ya me he enrollado como una persiana, y se trataba de explicar el origen de la guillotina surgida en 1792. Así pues, veamos finalmente su funcionamiento...
La máquina estaba construida con madera de roble, y estaba fabricada de forma que podía desmontarse para facilitar su almacenamiento y traslado al lugar de la ejecución si bien durante el Terror, como podemos imaginar, no daba tiempo de andar dando paseos máquina arriba, máquina abajo. Su acabado era con pintura roja por razones obvias: un cuello cercenado se convierte en un auténtico surtidor de hematíes que lo pone todo perdido, y más cuando es cortado de forma fulminante con una hoja muy afilada. En el gráfico superior tenemos una vista lateral de la misma que nos facilitará comprender su funcionamiento. Como vemos, constaba de una base sobre la que se asentaban dos largueros afianzados por cuatro puntales, dos por larguero. La longitud de estos oscilaba entre los 3,5 y los 4,5 metros. En la figura A vemos marcada con una flecha negra la báscula, un tablero unido mediante una bisagra a un soporte que se deslizaba por unas acanaladuras situadas en las caras internas del armazón que lo sustenta. El reo era colocado contra este tablero y era empujado hacia adelante y hacia abajo hasta quedar en posición horizontal. A continuación se le empujaba hacia adelante hasta que la cabeza pasaba a través del cepo, cuya mitad superior era alzada para permitir su paso. La flecha azul marca el asa que, unida a la barra, anclaba el mecanismo de desenganche a un tetón (flecha marrón) embutido en el larguero. La barra estaba unida a una pletina (flecha roja) que retenía el mouton (flecha verde) lastrado con gruesas chapas de hierro.
En la figura B vemos el momento del desenganche. Al tirar del asa, el peso del mouton vencía la mínima resistencia del mecanismo de retenida (flecha roja) y caía a plomo. La flecha marrón señala el tetón de anclaje del mecanismo. El proceso completo, o sea, desde que el reo era colocado en la báscula hasta que la cuchilla caía duraba escasos segundos. Los que lo pasarían fatal eran los desdichados que esperaban su turno y tenían que presenciar los tremebundos efectos del siniestro aparato si bien, al menos, comprobaban que el reo ni se enteraba cuando, como decía Guillotin, sentía el "leve frescor" en el cuello. La cabeza caía en un cesto de mimbre, si bien alguna fuente afirma que usaban una especie de bolsa de cuero o lona. Colijo que es una apreciación basada en algún grabado en concreto o en modelos posteriores, porque en la inmensa mayoría de las ilustraciones de la época se ve la cesta. En los grabados superiores tenemos varios ejemplos. En el nº 1, que muestra la ejecución de Luis XVI, se ve claramente el dichoso cesto ante la máquina. En el nº 2, que pertenece a la de su amada María Antonieta, se aprecia una especie de pantalla o cajón con solo tres lados que impedía que la cabeza saliera rodando por el cadalso. Este accesorio ciertamente se usó prácticamente durante toda la vida operativa de la máquina, al menos mientras que las ejecuciones fueron públicas ya que se aprecia en las fotos que se conservan de las mismas. El grabado nº 3, que muestra al ciudadano Robespierre cabreado por no haber abolido la pena de muerte antes de caer en desgracia, también aparece el cesto que, en realidad, es la imagen más recurrente en las ilustraciones de la época si bien es cierto que posteriormente se sustituyó por una cuba de cinc y la pantalla antes citada. Finalmente, en el nº 4 no solo aparece el cesto, sino un curioso dispositivo en el cadalso para evacuar los cadáveres de los reos, que eran enviados bajo el mismo para dejarlos allí hasta que, terminada la sesión de afeitado, eran cargados en la carreta y transportarlos a la espera de ser sepultados o reclamados por la familia.
Refuerzo del larguero |
En este otro gráfico tenemos las vistas frontal y trasera de la máquina. La figura A muestra la vista posterior. La flecha negra señala las pletinas que sujetaban el cepo y permitían deslizar hacia arriba la mitad superior. Obsérvese que el hueco para el cuello está rebajado para facilitar la posición de la cabeza. La flecha verde señala el tetón que retenía el mecanismo, y las flechas azules marcan dos poleas embutidas en el travesaño superior, por cuyo interior corría la soga que permitía elevar la cuchilla para colocarla en posición. En el larguero derecho vemos una cornamusa donde se anudaba dicha soga como medida de seguridad mientras se colocaba al reo. Obviamente, antes de accionar el mecanismo había que soltarla. El mouton consistía en un grueso tablero provisto de dos lengüetas a cada lado que se deslizaban por las acanaladuras practicadas en los largueros. La cuchilla se colocaba en la parte posterior, en este caso asegurada mediante tres tornillos. En la figura B tenemos una vista frontal de la máquina. La flecha blanca señala el lastre del mouton atornillado al mismo. Este peso añadido podía alcanzar los 30 kilos a sumar al peso de la cuchilla y del mismo mouton. Al parecer, el tremendo golpe de las lengüetas contra el tope de los largueros al llegar al final de la caída obligó a reforzar ambas partes con piezas de hierro porque las roturas eran frecuentes (véase gráfico de la derecha). Por último, la flecha roja señala la pieza que se enganchaba al mecanismo de bloqueo, en este caso remachada al lastre. Otro inconveniente que solía presentarse con relativa frecuencia eran bloqueos o mal funcionamientos debido a la dilatación o la contracción de la madera, por lo que los verdugos solían engrasar las acanaladuras y piezas móviles para evitar demoras o ejecuciones defectuosas.
Bueno, criaturas, una vez se empollen este ilustrativo artículo inviten a sus cuñados a ver "Historia de dos ciudades" o algún documental del Canal Historia sobre estos chismes y les dan un berrinche cuando vean que sus conocimientos sobre el tema son similares a los de los hábitos de apareamiento del gorgojo autóctono de Villabotijos del Pitorro. Más adelante detallaremos la evolución de esta máquina, que se mantuvo operativa hasta la abolición de la pena de muerte en Francia el 9 de octubre de 1981. Para que luego digan que los españoles somos los más malos malosos del planeta, pero aquí se abolió en 1978.
En fin, ya'tá.
FALLBEIL, LA GUILLOTINA ALEMANA
La mannaia
La doncella de Escocia
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La rueda
Garrote vil. Tipos y funcionamiento
Curiosidades: el garrote vil
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